De la lavable serie «El Jueves investiga: ¿Qué fue de...?»
Los Electroduendes: «¡No nos entendíamos ni nosotros!»

Es la segunda vez que el equipo de QFD (hoy, a bordo de la Máquina del Misterio) visita el asilo de las marionetas olvidadas. Que, a este paso, tendrá que cambiarse de nombre.
Y es que vivimos el reinado mediático de la generación Nocilla, que cada día recuerda y despierta de su letargo algo que consumía de pequeña y que «le encantaba». Y el programa La bola de cristal, supuesto show infantil de TVE y contenedor televisivo de la ideología, la música y el guaperismo de la movida, es uno de los referentes que la nostalgia se ha empeñado en no dejar dormir.
Los Electroduendes no saben dónde esconderse. Ni siquiera en el patio del Asilo de marionetas olvidadas esquivan los focos de melancólicos revivalistas. Tienen que clausurarse en su habitación, que nos indica un muñeco de Fraggle Rock, a cambio de aguja e hilo para remendarse un siete que le ha salido en la riñonada.
Quizá los Electroduendes se nieguen a recibirnos. Debemos ser sibilinos. Llamamos a la puerta suavemente. Y los goznes explotan y la puerta cae como un puente levadizo en el pasillo, entre una nube de humo fucsia y muy plausiblemente tóxico que parece envolver una voz maquiavélica:
—¡Émbolos, válvulas y pistones! ¿Quién osa venir a tocarnos los—
—¿Bruja Avería? —preguntamos entre tosido y tosido— ¿Es usted?
—¡Maldición y electrocución! ¡Otros enfermos de nostalgia! ¿Es que no respetáis la edad ni la lumbalgia?
—Le pedimos disculpas, bruja. Digo, Avería. —A medida que el humo se disipa, distinguimos las toscas facciones con grumo de pintura a la témpera que cubren la cara violácea de la Bruja Avería. Algo que recordábamos vagamente, entre nebulosas... Y que, curiosamente, nuestra memoria no asociaba tanto con felicidad y nocilla como con terror al sábado por la mañana.— Joder, habíamos olvidado lo fea que era usted. ¿No está por ahí alguno de los muñecos que eran así como finos y guapos de cara?
—¿Quién llama, vieja hechicera? ¿Es acaso la enfermera? —pregunta una silueta entre la bruma. Por los pelos y la estatura, es Maese Sonoro o Pedro Almodóvar.
—No, no traen tu esperado enema. Temo que se trate de otro tema.
—¡Cuán gritan esos malditos! ¿No creéis que sois ya mayorcitos? —pregunta una voz tan estridente que nos raja el cristal de las gafas. El Hada Vídeo, sin duda.
—Sólo queríamos saber qué fue de ustedes —preguntamos educadamente.
—¡Qué fue de nosotros, pregunta! ¡Que nos comió la marabunta: los fans que nos reivindican, glorifican y cuasifornican!
—¡Ahora nos dan importancia! «¡Oh, sois parte de mi infancia!» ¡Mentira, te importaba un bledo! ¡Si a los niños les dábamos miedo!
—¡Los críos no nos veían! ¡Y qué guiones nos escribían! ¡Hablábamos de economía, de política, de autonomías! ¡Diez minutos duraban los sketches! ¡Ni montaje picadito ni leches! ¡Esas ideas eran de otros! ¡No nos entendíamos ni nosotros!
—Al final, dijo Calviño: «¡Esto no es cosa de niños! ¡Lolo Rico, no descontroles! ¡Ya les aburrirán los Guiñoles!»
—A un crío que va casi en pañales, ¿qué mierda le importa González, o lo que haya hecho el PSOE? ¡Somos muñecos, no el B.O.E.!
—¡Compadezco a esos niños, pobres, tragando sermones de progres en forma de gags de relleno entre Alaska y Kiko Veneno! ¡No idealicéis el pasado, y mirad adelante, pasmados!
—¡Corred, corred, giliwatios! —nos espanta la bruja Avería, mientras huimos pasillo abajo— ¡Bajad de una vez de las nubes! ¡Cada vez que escribís en Youtube «ya no se hacen estos programas», va Dios y mata a una llama! ¡Bwa-ha-ha-haaaah!!
Eso último nos heló el corazón. Electroduendes: eran buenos, pero... qué malos, qué malos son ahora.